Alfa-fetoproteína e inmunidad

Uno de los hechos más fascinantes en Biología es la presencia de genes y proteínas que funcionan solo durante la vida fetal y que, tras el nacimiento, son reemplazados por versiones “adultas” de esos mismos genes. Un ejemplo paradigmático de este fenómeno lo tenemos en los genes de la hemoglobina, como sabemos la proteína de los glóbulos rojos que transporta el oxígeno a los órganos. La hemoglobina fetal, la que emplea el feto para oxigenar sus órganos, no es igual que la hemoglobina adulta: para su fabricación necesita de un gen que solo funciona durante la vida en el útero materno. La característica más importante de este tipo de hemoglobina es que posee una fuerza de captación del oxígeno mayor que la hemoglobina adulta. La mayor fuerza con la que la hemoglobina fetal se une al oxígeno permite al feto “robar” a la hemoglobina materna parte del oxígeno que esta lleva unido. Podemos decir que la hemoglobina fetal “tira” del oxígeno con más fuerza que la hemoglobina adulta y esto le permite quitárselo a esta última para oxigenarse así en la placenta y transportar el oxígeno a todo el organismo del feto en crecimiento. Si la función ejercida por la hemoglobina fetal ha sido suficientemente esclarecida, esto no sucede con todas las proteínas fetales que son sustituidas tras el nacimiento por sus correspondientes versiones adultas. Una de las proteínas fetales más estudiadas, pero de la que, sin embargo, aún no se conocen todos los secretos, es la llamada alfa-fetoproteína, y de ella quiero hablar hoy. La principal razón que explica mi interés por esta proteína es que realicé mi tesis doctoral sobre ella, allá por la década de los 80 del siglo pasado. ¡Cielos! ¡Qué mal suenan esas palabras cuando las escucho en voz alta! En aquellos lejanos, pero más felices, años de mi carrera, cuando todavía no sabía lo que me esperaba y trabajaba con un entusiasmo impropio de un ser racional, dediqué grandes esfuerzos en el Instituto de Investigaciones Científicas sobre el Cáncer –localizado en la comuna de Villejuif, en las afueras de París–, a intentar comprender cuál era la función de esta proteína durante el embarazo. La idea que manejábamos era que la alfa-fetoproteína, una proteína de la sangre producida principalmente por el hígado del feto, era el principal transportador al cerebro en desarrollo de los ácidos grasos poliinsaturados, en particular de los ácidos grasos omega-tres. Si descartamos el agua, el cerebro contiene un 60% de grasa, un gran porcentaje de la cual es poliinsaturada, lo que resulta fundamental para mantener la fluidez de las membranas neuronales que transmiten el impulso nervioso. El transporte eficaz de los ácidos grasos omega-tres al órgano que más los necesita para desarrollarse debidamente durante la vida fetal no podía ser efectuado con suficiente eficacia por la albúmina. Esta es la versión adulta de la alfa-fetoproteína, y transporta, preferentemente, ácidos grasos saturados, como los presentes en la manteca y en la mantequilla. La situación era, por tanto, al menos sobre el papel, muy similar a la de las hemoglobinas fetal y adulta, y alfa-fetoproteína y la albúmina realizaban cada una su función con máxima eficacia en diferentes momentos de la vida. La alfa-fetoproteína es también producida en elevadas cantidades por ciertos tumores del hígado, lo que la sitúa en la categoría de las llamadas proteínas oncofetales, es decir, proteínas producidas en la vida fetal, que desaparecen tras el nacimiento, pero que pueden volver a producirse en el caso del desarrollo de ciertos tipos de tumores (de ahí el prefjo onco, compartido por la palabra oncología, para referirse a ellas). Los niveles de alfa-fetoproteína en la sangre adulta pueden, por tanto, ser indicativos de la presencia de un tumor del hígado. Además, niveles anormales de alfa-fetoproteína en la sangre materna pueden también indicar un síndrome de Down u otras anomalías que impactan en el desarrollo del sistema nervioso fetal.

JORGE LABORDA

Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Castilla-la Mancha

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