¿Cuáles son los vínculos entre COVID-19, el daño cerebral y el riesgo de demencia?

LUNES, 22 de noviembre de 2021 (American Heart Association News) — Dolores de cabeza, neblina cerebral y esa peculiar incapacidad para oler o saborear las cosas. A estas alturas, la mayoría de la gente conoce estos síntomas como algunas de las características de COVID-19. Los investigadores dicen que son un claro indicio de que el virus afecta a las funciones neurológicas.

Sin embargo, sigue sin estar claro lo que ese impacto significa para la salud cerebral a largo plazo. En vista de lo que aparece en las investigaciones preliminares, que insinúan que existe una relación entre COVID-19 y la susceptibilidad al Alzheimer, los investigadores están ansiosos por saber si el daño neurológico ocasionado por esta enfermedad será de corta duración o si podría conducir a un mayor deterioro cognitivo en una población que se encuentra en proceso de envejecimiento.

Hasta ahora “no sabemos mucho”, dijo el Dr. Eliezer Masliah, director de la división de neurociencia del Instituto Nacional del Envejecimiento.

Los investigadores esperan obtener información a través de un proyecto de investigación multidisciplinario de gran escala que fue anunciado a principios de este año por los Institutos Nacionales de la Salud (NIH por sus siglas en inglés).

El proyecto cuenta con un compromiso de $470 millones de dólares para estudiar las consecuencias de salud a largo plazo de COVID-19, incluido el modo en que afecta a la salud cerebral. La iniciativa Researching COVID to Enhance Recovery, RECOVER por sus siglas en inglés, financiará estudios a gran escala de una amplia gama de grupos de población a través de subvenciones que se otorgarán a más de 100 investigadores de 30 instituciones de todo el país.

Para ayudar con los estudios, los NIH crearán una base de datos nacional de síntomas neurológicos, complicaciones y resultados experimentados por las personas infectadas con COVID-19, así como muestras biológicas obtenidas de consultorios médicos y centros de investigación.

Los investigadores estudiarán la relación entre COVID-19 y el cerebro desde dos perspectivas, dijo Masliah. “Una es lo que ocurre durante una infección aguda y la otra son las consecuencias a largo plazo después de tener la infección”.

Desde que comenzó la pandemia, las investigaciones muestran que más del 90% de las personas infectadas por el virus han informado de por lo menos un síntoma neurológico, y muchas de ellas han informado de más. Lo que preocupa a los expertos en salud es que estos síntomas suelen persistir mucho después de que la infección desaparece.

El deterioro cognitivo cubre una variedad de problemas, incluyendo la memoria, el lenguaje y la atención. Puede afectar la forma en que las personas interactúan con los demás y su entorno.

Jaqueline Becker, neuropsicóloga de la ciudad de Nueva York, dirigió una investigación publicada en JAMA Network Open en octubre en la que se descubrieron problemas cognitivos en personas que tuvieron COVID con amplias diferencias en cuanto a gravedad. Una de las más comunes fue la disminución de las habilidades de la función ejecutiva, que permiten a las personas planificar, enfocarse, seguir instrucciones y realizar múltiples tareas.

El riesgo del deterioro cognitivo aumentó a medida que las personas se enfermaban más, dijo Becker, científico asociado de la Escuela de Medicina Icahn del Monte Sinaí en la ciudad de Nueva York.

“Descubrimos que los que fueron hospitalizados tenían mayores probabilidades de presentar alteraciones cognitivas en el área de la atención, la función ejecutiva, la codificación de la memoria y el recuerdo, comparados con los que fueron tratados como pacientes externos”, dijo.

Becker también comentó que función ejecutiva deficiente también puede afectar a la memoria y a la velocidad con la que el cerebro puede procesar la información.

Dado que el deterioro de la función ejecutiva se asocia con el desarrollo de la demencia, “existe la preocupación de que se produzca una neurodegeneración posterior en la población que tuvo COVID”, añadió. Sin embargo, aún está por verse si eso persiste en con el tiempo, o si se pueden recuperar esas habilidades. El estudio de Becker con adultos de mediana edad incluye datos de hasta un año después de haber tenido COVID, pero, junto con los investigadores del Monte Sinaí, seguirá recopilando las estadísticas durante por lo menos cuatro años.

“Existen implicaciones para ciertos trastornos neurodegenerativos”, dijo. “Esperamos que eso se vaya resolviendo con el tiempo, por lo menos en los pacientes sanos y jóvenes; pero aún no lo sabemos”.

Algunos científicos creen que una forma de reducir el riesgo potencialmente más alto de padecer demencia puede ser a través de las vacunas COVID-19, y no simplemente porque protejan contra las infecciones y las enfermedades graves.

Estudios anteriores sugieren que las inoculaciones como la vacuna de la gripe pueden ofrecer cierta protección contra la demencia porque ayudan a fortalecer el sistema inmunológico. Masliah indicó que los investigadores que participan en RECOVER estudiarán si las vacunas contra COVID también reducen el riesgo de demencia.

“No sería una hipótesis descabellada pensar que eso también sería una protección, pero aún no tenemos datos”, dijo.

Mientras tanto, Becker señaló que las personas que tengan síntomas neurológicos después de COVID no deben sacar conclusiones precipitadas sobre las consecuencias a largo plazo. Sin embargo, sí deben visitar a un médico de atención primaria si los problemas persisten para descartar otras causas.

Por ejemplo, dijo, “la depresión puede afectar a la función cognitiva; y, a menudo, cuando la depresión desaparece, también lo hace el deterioro cognitivo”.

Los investigadores tampoco entienden completamente por qué el virus daña el cerebro. Podría suceder de varias maneras.

Hay algunas pruebas controvertidas que sugieren que el virus podría infectar el cerebro. Otros estudios sugieren que los cambios en los vasos sanguíneos pueden ser responsables de las alteraciones cognitivas.

“Podría ser que los vasos sanguíneos se retraigan, o se obstruyan, o que sucedan otros tipos de cambios vasculares”, dijo Masliah. Señaló que en algunos estudios se observaron daños en la materia blanca del cerebro que fueron resultado de los cambios vasculares de la infección por COVID.

Otros están investigando si la inflamación en el cerebro es responsable de los síntomas neurológicos, dijo.

En un estudio publicado a principios de este año en la revista Cells, se sugiere que la inflamación persiste después de recuperarse de COVID y puede alterar importantes proteínas relacionadas con la demencia. Los hallazgos en los participantes que se recuperan de infecciones mostraron un aumento de beta amiloide y tau, dos proteínas responsables del desarrollo de la enfermedad de Alzheimer generadas por la inflamación neurológica.

Otra vía de investigación se centra en el riesgo genético de padecer la enfermedad de Alzheimer y cómo se alinea con una mayor susceptibilidad a COVID-19 grave. En una investigación, publicada en octubre en la revista Brain, se demostró que un gen asociado a la inflamación y a una mayor susceptibilidad de padecer Alzheimer se expresaba en respuesta a la infección por COVID-19.

“Es algo bastante dramático”, dijo Masliah, “sin embargo en etapa muy preliminar. Por el momento se desconoce la relación entre la enfermedad de Alzheimer y COVID-19. Se está dando una cantidad tremenda de actividad por allí”.

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