El secuestro de la voluntad. Bases moleculares de los cambios plásticos en la adicción

Resumen

Todas las drogas de abuso tienen en común la activación del sistema cerebral del placer. Los análisis imagenológicos han arrojado resultados de cambios estructurales en el cerebro de adictos a la cocaína e imágenes cerebrales en sujetos adictos muestran una disminución de la producción de dopamina que lleva a que la acción esté notoriamente amortiguada en relación con controles. Los estudios estructurales han mostrado reducciones de volumen de la sustancia gris y alteraciones circuitales de la sustancia blanca en el lóbulo frontal de adictos. La transición del uso recreativo a la adicción se asocia con cambios en la función de las neuronas que se acumulan con la administración repetida. La exposición crónica a la cocaína provoca aumentos de la arborización y de la densidad de las espinas dendríticas. El aumento de capacidad sináptica, ante el estímulo subcortical de una nueva presencia de la droga, toma el control de las funciones ejecutivas, «secuestrando» la capacidad de la voluntad consciente.

Introducción

La asociación de sensaciones placenteras a actividades como la alimentación o el sexo tuvo sin duda una importancia evolutiva fundamental en la historia del hombre, junto con un control por la voluntad en un contexto material y social determinado. A lo largo del tiempo, sin embargo, aparecieron sustancias capaces de evocar sensaciones placenteras o muy placenteras, fuera del contexto natural, con una intensidad capaz de superar la voluntad de límites, aunque generasen condiciones vitales muy adversas. Nos enfrentamos a la adicción. La adicción se registra desde tiempos ancestrales y, por ejemplo, hace 4000 años los egipcios ya tenían su dios (Osiris) dedicado al vino y la adicción al alcohol ya existía también entre griegos y romanos.1 Y nos enfrentamos a un problema individual y social de primera magnitud desde que las Naciones Unidas estiman que uno en doscientos individuos tiene problemas de drogas (en los Estados Unidos, 15 % de la población, 19 millones de personas2 ), que a su vez generan enormes costos para las personas afectadas, su familia, la comunidad y la sociedad en su conjunto. Se ha tratado desde siempre de explicar cómo se establece la búsqueda de la sustancia de abuso más allá de la voluntad. ¿Pecado o enfermedad?, ¿tratamiento moral o médico?, ¿es clave la vulnerabilidad individual o lo son los aspectos psicológicos o sociales? son preguntas algunas de las cuales se hacen hasta el día de hoy1 donde el DSM-53 se inclina claramente por los orígenes biológicos. A pesar de tener mecanismos de acción y efectos farmacológicos dispares, las drogas de adicción causan efectos comunes después de la exposición tanto aguda como crónica. Son altamente gratificantes, lo que promueve la ingesta repetida que eventualmente lleva, en individuos vulnerables, a una pérdida de control sobre el uso. Todas las drogas también producen síntomas emocionales negativos similares tras la abstinencia, y la recaída incluso después de largos períodos de abstinencia. Hay acuerdo, tal cual se define en el DSM-5,3 en que todas las drogas de abuso tienen en común la activación del sistema cerebral del placer (SCP). Pese a ello, la forma en que esta activación inicial conduce a los cambios plásticos que bloquean la voluntad no está tan generalmente aceptada. Entre las diversas teorías que tratan de explicar los cambios plásticos, la teoría del proceso oponente fue desarrollada hace tiempo por Solomon et al. 4 como un paradigma explicativo que permite comprender fenómenos relacionados con la adicción. La teoría postula que cuando se activa en el cerebro una respuesta afectiva hedónicamente positiva se inicia simultáneamente una respuesta hedónicamente opuesta. El propósito de esta respuesta oponente es contrarrestar la activación producida por la respuesta primaria y restaurar el estado inicial de homeostasis. Según estos autores, el consumo de drogas induce de forma aguda un proceso primario asociado con la gratificación y el placer, que conduce a una mayor sensación de bienestar. Al mismo tiempo, desencadena un proceso contrario destinado a restaurar las funciones fisiológicas y cerebrales a su estado original. Este proceso oponente se caracteriza por estados que discrepan con los inducidos de forma aguda por la droga, resultando en una respuesta marcada por sensaciones desagradables, tanto psicológicas (por ejemplo, irritabilidad o depresión) como físicas (sudoración, sed, entre otras). Por otro lado, Robinson et al. 5 sugirieron que los cambios que siguen al consumo repetido hacen que los individuos sean hipersensibles a las condiciones ambientales y señales asociadas con la recompensa de las drogas. Estos autores afirman que en presencia de señales ambientales asociadas con la droga, los individuos están involuntariamente motivados a invertir recursos y energía en buscar la sustancia, que se percibe como relevante o necesaria. Esta teoría es muy interesante, ya que permite explicar el consumo de drogas cuando el adicto está expuesto a entornos y señales asociadas con el consumo. Por último, la teoría alostática expresa que los organismos vivos buscan regular y mantener activamente un ambiente interno estable, permitiéndoles adaptarse a los cambios en el entorno externo (homeostasis). El consumo de drogas y su abuso conducen a una activación del sistema de recompensa por encima de sus niveles «naturales», lo que hace que esta activación aberrante sea una amenaza para la homeostasis del sistema. Esto desencadena la activación de mecanismos correctivos que pretenden contrarrestar los efectos de la droga: por un lado, hay una pérdida de función de la recompensa, lo que resulta en un aumento en sus umbrales de activación y, por otro lado, hay hiperactivación del estrés o sistemas anti-recompensa (Koob et al. 6).

Federico Dajas

Médico psiquiatra. Investigador emérito, Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable

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