¿Estamos aplicando las vacunas en los lugares correctos?

4/12/17, 11:59 BUENOS AIRES, diciembre 4: La eficacia de una vacuna viene condiciona por la facilidad de acceso a los antígenos inoculados por las células dendríticas del sistema inmune

El objetivo de cualquier vacuna es simular una infección –si bien totalmente inocua– para entrenar al sistema inmune y, así, prepararle ante cualquier posible reinfección –esta vez natural, que no forzada– por el patógeno inoculado. Tal es así que, para que una vacuna sea eficaz, debe tener un fácil ¨acceso¨ al sistema inmune. O más concretamente, a las células dendríticas, esto es, las células inmunes responsables de llevar a los antígenos a los linfocitos T para que ¨conozcan¨ quién es el enemigo. Un aspecto que, quizás, no haya sido tenido en cuenta a la hora de diseñar muchas de estas vacunas. De hecho, es posible que, como alerta un estudio dirigido por investigadores del Jackson Laboratory en Bar Harbor (EE.UU.), algunas vacunas no se estén administrando en el sitio más ¨adecuado¨.

Como explica Adam Williams, co-director de esta investigación publicada en la revista «Science Immnunology», «en la vacunación hay una subpoblación concreta de células dendríticas que resulta vital para desencadenar la respuesta inmune adaptativa por el organismo. Así, nuestros resultados tienen implicaciones muy importantes para la administración de vacunas. Y es el que el método usualmente empleado, esto es, la inyección intramuscular, no es el más efectivo para alcanzar estas células dendríticas».

El lugar importa

La presencia de un antígeno, es decir, de toda molécula –por lo general, una proteína en la superficie de un patógeno, caso de un virus o una bacteria– identificada por el organismo como ‘extraña’, desencadena una respuesta del sistema inmune para anular la amenaza. Una respuesta en la que las células dendríticas juegan una labor crucial. No en vano, son las células inmunitarias encargadas de procesar y transportar a los antígenos hasta los ganglios linfáticos, donde serán ¨presentados¨ a los linfocitos T colaboradores foliculares (Tfh). Y como consecuencia de esta exposición, los linfocitos Tfh se activarán y estimularán a los linfocitos B para que produzcan anticuerpos específicos frente al antígeno. El resultado final es que la próxima vez que el organismo detecte la presencia del antígeno, los anticuerpos acudirán en masa para unirse a este antígeno, bloquearlo y convocar a las células inmunes para que lo destruyan –y por extensión, destruyan al patógeno que lo porta.

En consecuencia, parece que para que sea eficaz, una vacuna –que no es sino la administración de un antígeno– debe administrarse en aquellas zonas en las que resulten más accesibles para las células dendríticas. Sin embargo, parece que hay un problema. No todas las células dendríticas son iguales. Y además, su distribución por el cuerpo no es homogénea.

El método usualmente empleado, esto es, la inyección intramuscular, no es el más efectivo para alcanzar las células dendríticas El nuevo estudio tuvo por objetivo evaluar el papel de un tipo específico de célula dendrítica denominado ¨cDC2¨. Y para ello, utilizaron un modelo animal –ratones– al que manipularon genéticamente para que no expresara una proteína indispensable para la movilidad de estas cDC2. Una manipulación que tuvo un impacto muy significativo. Y es que de acuerdo con los resultados, la falta de movilidad de estas células dendríticas provocó que las vacunas administradas no causaran ningún efecto. ¿La razón? Pues que con independencia de la presencia de otros tipos de células dendríticas, los linfocitos Tfh no indujeron la producción anticuerpos tras la vacunación.

Por tanto, parece que las cDC2 son totalmente necesarias, y por sí solas suficientes, para inducir una potente respuesta inmune adaptativa. Así, el siguiente paso fue evaluar cuál es el mejor lugar para la administración de una vacuna y que los antígenos inoculados sean ¨captados¨ por las cDC2. Y para ello, los autores probaron dos vías: la inhalada y la intramuscular.

A mayor eficacia, menor dosis

Los resultados mostraron que la vía inhalada facilitó un acceso rápido a los antígenos inoculados a los múltiples tipos de células dendríticas. Muy especialmente a las cDC2, que transportaron rápidamente estos antígenos a los ganglios linfáticos que drenan los pulmones y, así, indujeron una potente respuesta mediada por los linfocitos Tfh. Por el contrario, los resultados alcanzados con la vía intramuscular, la más comúnmente empleada en la vacunación, fueron ciertamente desalentadores. Y es que la distribución de cDC2 a nivel intramuscular resulta ciertamente escasa.

Como indica Stephanie Eisenbarth, co-directora de la investigación, «basándonos en los datos epidemiológicos y en la distribución de cDC2 en las capas superficiales de la piel, creemos que, comparadas frente a las intramusculares, las inyecciones intradérmicas serían mucho más eficientes a la hora de inducir la producción de anticuerpos».

En definitiva, el lugar en el que se administre la vacuna importa. Un aspecto a tener muy en cuenta dado que, a mayor eficacia, menor sería la dosis necesaria de la vacuna, lo que facilitaría que un mayor número de personas pudieran acceder a esta profilaxis durante una pandemia o en las situaciones en las que la cantidad de vacunas disponibles es escasa.

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