Fatiga por compasión: “Los problemas de los demás me superan”
- netmd
- 10 de octubre de 2018
- Psiquiatría
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RESUMEN
Siempre atento, siempre dispuesto. Siempre encima, escuchando, sustentando. Dicen de con usted da gusto, que su hombro es más que confortable para apoyarse y llorar. Y usted lo hace con gusto; le sale de natural. Sobrelleva con solvencia cualquier situación, sabe lo que hay que hacer. Es capaz de ponerse en la piel de los demás. Un ser empático.
Pero todo tiene un límite.
“Empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro, aunque yo siempre he pensado que esa definición no es demasiado certera”, comienza María Dolores Sobrino, psicóloga y responsable del Área de Intervenciones de la Asociación Aragonesa Pro Salud Mental (ASAPME), que matiza: “Nadie puede colocarse en el lugar del otro, porque ya está ocupado”. Más bien, ella entiende que empatía es la capacidad de comprender lo que le sucede a otra persona para, desde nuestra posición, estar a su lado, junto a ella, apoyándola.
Y entiende también que sentir al 100% lo mismo que los demás es imposible. Aunque nos podamos aproximar mucho. Es en esos casos cuando podemos sufrir las consecuencias asociadas a un síndrome al que los profesionales sanitarios están más expuestos, pero que cualquiera puede desarrollar: el Síndrome de Desgaste por Empatía (SDE). El psicólogo Charles Figley le puso este nombre, alternándolo con el de Fatiga por Compasión, para referirse al “agotamiento emocional que determinados profesionales sufren por trabajar con clientes traumatizados”, tras analizar el comportamiento de un grupo de voluntarios neoyorkinos tras los atentados del 11 de septiembre.
A diferencia de otros síndromes que también acaban en agotamiento —como el burnout, asociado al trabajo, que se manifiesta de forma repentina, cuando una última gota colma el vaso—, el SDE cala poco a poco, de forma silenciosa, en nuestra mente y emociones. Y, aunque sea más habitual en terapeutas, médicos y sanitarios en general, puede desplegar su oscura sombra con casi cualquier persona que se vanaglorie de ser increíblemente sensible a los dramas ajenos.
Cuándo sé que ‘sus’ problemas son ya ‘mis’ problemas
“La empatía es siempre una buena cualidad pero, como todo, conviene ajustarla al término medio para encontrar la virtud”, sostiene la psicóloga María Dolores Sobrino. Su labor conlleva el contacto directo, diario, con enfermos mentales; cuadros clínicos e historias de vida potencialmente duras, combinadas con el trabajo sobre las familias y el entorno del paciente. “Hasta que te habitúas, es normal llevarte los problemas a casa, pero aprendes a racionalizar. De lo contrario, sería imposible desarrollar esta especialidad”.
Su perfil es profesional, lo que le hace estar preparada para ello. No así los demás. “Este desgaste es más frecuente en personas un tanto dependientes, un tanto obsesivas, que cuentan con un rasgo de la personalidad no lo suficientemente fuerte”, avanza la psicóloga. El SDE se revela, según el propio padre del término, Charles Figley, en forma de tres síntomas: la re-experimentación constante, el embotamiento afectivo y la hiperactivación, el estado sostenido de nervios.
En su estudio Compassion fatigue and resilience: A qualitative analysis of social work practice (Fatiga por compasión y resiliencia: un análisis cualitativo del trabajo social), los psicólogos Kapoulitsas y Corcoran añaden más consecuencias a esta lista y profundizan en las de Figley: irascibilidad y cambios de humor repentinos, sentimientos de culpabilidad e, incluso, sueños angustiosos. Hablan también de problemas para conciliar el sueño o concentrarse. Además, este síndrome puede conducir a la anhedonia —incapacidad para experimentar placer o disfrute— y a la pérdida de interés en cualquier contexto. Y, sobre todo, se representa en forma de losa; la adquirida y contagiada por los problemas del otro entendidos como propios.
El tiempo cuenta, según Sobrino: “Si una persona a la que quieres sufre una tragedia, lógicamente, esta situación impactará en nosotros de forma negativa. El problema llega cuando esta afección se prolonga en el tiempo”, sostiene. La auténtica empatía llega cuando, tras el trauma, el ajeno es capaz de tomar distancia y aplicar la racionalidad para, desde ella, servir de sustento a aquel que realmente ha padecido el problema en primera persona.
Cómo ayudar (y ayudarse) sin bloquear los sentimientos negativos
Es lógico pensar que será imposible curar al otro si se tiene la misma dolencia. Y es lógico que situaciones así nos lleven a la tentación de bloquear las emociones, dejar de prestarles atención. Error: “Es importantísimo, fundamental, atender todas las emociones, puesto que constituyen las alarmas que nos conducen a las herramientas con las que afrontar las situaciones y solucionarlas”, asegura Sobrino.
La solución al Síndrome por Desgaste de Empatía no viene dada por el bloqueo de los sentimientos negativos, sino por el paso de estos por el filtro de la racionalidad. “Entender que la desgracia humana forma parte de la vida y adoptar los estímulos negativos será el primer paso para convertirse en un ser empático realmente sano y predispuesto a colaborar”, completa Sobrino, y añade: “En un dúo en el que uno está aquejado de un dolor y el otro quiere contribuir a su sanación, deberá ser este segundo quien, con la cabeza fría, establezca el criterio para levantar al dolorido”.
Así que, primero, afrontar y entender. La psicóloga acude de nuevo a la idea de que es imposible calzarse los zapatos del otro, puesto que ya están ocupados. Y, para no terminar encajando el pie a presión, contagiado de la pena del otro, resulta fundamental operar desde la mejor versión de uno mismo. Para eso, la meditación y la atención plena, el mindfulness, “presentan muchos beneficios, puesto que ayudan a conectar con la racionalidad y la tranquilidad interior”, continúa Sobrino. Lo mismo sucede con las actividades de ocio y con ejercicios que salvaguarden el equilibrio emocional, como las cuatro C que le contamos en BuenaVida para encontrar la felicidad en lugar del placer.
Aunque el consejo básico sigue siendo el de practicar “la reflexión, mantener la calma; darse tiempo para, desde la serenidad de ser un elemento externo, poder actuar como ser empático equilibrado”, concluye Sobrino. Porque si se trata de enjugar lágrimas, más vale que no se presente como un pañuelo ya empapado.
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