Influencia de los factores psicológicos y familiares en el mantenimiento de la obesidad infantil
Resumen
En los últimos años la obesidad infantil es considerada uno de los principales problemas de salud a nivel mundial. El objetivo principal de este estudio fue evaluar los factores psicológicos y familiares asociados a la obesidad en un grupo de niños. Participaron 13 niños con obesidad, de entre 7 y 11 años de edad (ocho varones y cinco mujeres), y 21 familiares (padres/madres/abuelas), quienes fueron remitidos por el Servicio de Pediatría del Centro de Investigaciones Médico-Quirúrgicas. Fueron examinadas las variables siguientes: hábitos de alimentación, hábitos de actividad física, imagen corporal, estado afectivo, autoestima, relaciones afectivas familiares compensatorias y actitudes potencialmente generadoras de alteraciones psicológicas en la familia. El análisis realizado fue predominantemente cualitativo, a través de técnicas como la entrevista semiestructurada al niño y a la familia, el análisis psicográfico (dibujo libre y de la familia), así como el empleo de las Siete Figuras de Collins. Se concluye acerca de la relevancia de la influencia de todas las variables analizadas sobre la obesidad infantil. Resulta inminente la necesidad de implementar programas de intervención psicológica que suponga el abordaje no solo de los niños, sino también de sus familiares.
INTRODUCCIÓN
La obesidad y el sobrepeso están cobrando cada vez mayor protagonismo en la sociedad actual, esto es debido a los cambios en los estilos de vida y, sobre todo, al crecientemente desarrollo económico suscitado a partir de la segunda mitad del siglo XX, con el consiguiente incremento de diversas enfermedades crónicas. Tanto es así que durante esta década se le ha venido considerando a la obesidad una epidemia global del siglo XXI (Organización Mundial de la Salud [OMS], 2012). Definir la obesidad parece una cuestión fácil, pero no es así. Los autores divergen en este punto; algunos aseguran que se trata de un exceso de peso corporal (Steinberger, Moran, Hong, Jacobs y Sinaiko, 2001), mientras que otros creen que ello sería demasiado “impreciso”, en medida de que personas con una constitución atlética pueden tener un peso corporal elevado y, sin embargo, no presentar exceso de grasa (Savino et al., 2011). Ahora bien, si la obesidad puede no ser fácil de identificar, es aún más complicado definir los aspectos psicológicos que le subyacen. Porque, cuando se intenta definir a la obesidad, no basta con centrarse en el organismo como sistema biológico, sino que es indispensable analizar los aspectos psicológicos, sociales y culturales que implica. Se han propuesto varias teorías psicológicas de la obesidad, enmarcadas dentro de diferentes modelos que la explican a partir de diversos procesos y/o mecanismos, como son: el de aprendizaje, el sistémico, el psicodinámico, el ambientalista, etc. De estos se puede derivar la imperiosa necesidad de reconocer y asumir la complejidad que supone el comprender la obesidad (Vázquez y López, 2001). Según Quirantes (2008), la obesidad puede definirse como: “Enfermedad crónica, con tendencia aditiva, de carácter genético, favorecida o estimulada por otros dos factores: una alimentación inadecuada o insana, asociada a determinado grado de sedentarismo. Es controlable, pero no curable, y se suele llamar como enfermedad ´portero´, pues una vez instalada abre las puertas a otras patologías, muchas de ellas graves, invalidantes y mortales” (p. 14). Definición que es aplicable tanto a la obesidad en personas adultas, como en edades pediátricas (Moreno, 2012). Algunas de las patologías asociadas a la obesidad, y que la justifican como enfermedad “portero”, son: la enfermedad cardiovascular, la hipertensión arterial, el síndrome metabólico, las alteraciones de la piel, las deformidades ortopédicas, los trastornos hepáticos y biliares, las diabetes mellitus, las enfermedades renales y, en general, un mayor riesgo de muerte súbita (Ratner, Durán, Garrido, Balmaceda y Atalah, 2013). Sin embargo, faltaría agregar los factores emocionales o de orden psicológico, en tanto causa o consecuencia de la obesidad, así como la influencia de los factores socio-familiares en su aparición y mantenimiento a lo largo de la vida, desde la niñez hasta la adultez (Fuillerat, 2005; Baile, 2014). Actualmente la obesidad constituye un problema de salud pública que afecta a la población infantil (Acosta, 2011). A nivel mundial, la prevalencia de sobrepeso en niños menores de cinco años ha aumentado, entre 1990 y 2014, del 4.8% al 6.1%. El número de niños con sobrepeso en los países con ingresos medianos-bajos se duplicó durante dicho período, pasando de 7.5 millones a 15.5 millones. En 2014, 48% de todos los niños con sobrepeso u obesidad menores de cinco años vivían en Asia, y 25% en África. No obstante, desde 1990, el número de niños con sobrepeso casi se ha duplicado, pasando de 5.4 millones a 10.3 millones. Y, si se mantienen las tendencias actuales, se estima que el número de lactantes y niños pequeños con sobrepeso aumentará a 70 millones para 2025 (Alvarez, 2016; OMS, 2016). Como ya se mencionó, la multicausalidad de la obesidad abarca tanto aspectos biológicos como psicosociales (Fuillerat, 2005). Y he ahí una de las principales controversias existentes en torno a la obesidad infantil (OI): ¿Hasta qué punto resultan influyentes en la aparición y mantenimiento de la condición obesa, los factores biológicos y genéticos, o bien, los psicológicos y sociofamiliares? Constituye una pregunta difícil de responder aún en la actualidad, y aunque el cambio de ambiente y de estilo de vida podría explicar este problema, la etiología de la obesidad es compleja, ya que todos estos factores interactúan, dando por resultado una enfermedad difícil de prevenir y tratar. Resulta imprescindible no ignorar el alcance que a nivel biopsicosocial implica la OI. Porque si bien, en general, las enfermedades asociadas a la obesidad tienen alta implicación cuando ésta tiene una magnitud moderada (30-34.9), severa (35-39.9) y mórbida (≥ 40) −esto según la clasificación de la OMS (2012) basada en el índice de masa corporal (IMC)− la consecuencia más extendida en la infancia y adolescencia es de orden psicosocial (Dias-Encinas y Enríquez-Sandoval, 2007; Mancipe et al., 2015) Diversas investigaciones sobre OI solo contemplan como factores psicológicos influyentes los hábitos alimentarios (HA) y el sedentarismo (Bermejo, Orozco, Ordóñez y Parga, 2016; Edo et al., 2010; García y López, 2013; Trejo, Jasso, Mollinedo y Lugo, 2012), ignorando otros que no solo actúan como propiciadores de esta condición física, sino además como mantenedores a lo largo de la vida, como son: los factores emocionales, la autoestima, la satisfacción corporal, las estrategias de afrontamiento, entre otros (Fuillerat, 2005; García-Falconi, Rivas, Hernández, García y Braqbien, 2016; Sánchez y Ruiz, 2015). Existe una estrecha relación entre las alteraciones nutricionales y las psicológicas, y esto se fundamenta sobre la base del carácter eminentemente social que tienen la alimentación y la nutrición, así como por la influencia que pueden tener en el desarrollo de los procesos psicológicos fundamentales y, sobre todo, por todas las implicaciones psicológicas y en el orden de las relaciones sociales que puede traer aparejada una alteración nutricional, tanto por defecto como por exceso, y en cualquier etapa de la vida, donde la infanto-juvenil no constituye una excepción (Fuillerat, 2005). Otro factor psicológico a tener en cuenta son los hábitos de actividad física (AF), en tanto que la determinación de la cantidad y calidad de AF que desarrollan los niños está fuertemente relacionada con el sobrepeso. Ante el desarrollo tecnológico que representan la televisión, la computadora, las escaleras mecánicas, los videojuegos, etc., ha generado una disminución progresiva del gasto energético (García y Fonseca, 2012). Además, secundariamente, se revela una fuerte disminución del juego libre en la infancia (e.g., en el vecindario, parques, plazas, calles, patios) y un menor acceso a centros deportivos (Ireba, 2014). De igual manera, en la misma medida en que los niños van creciendo y tienen más edad, la actividad se hace más compleja y mucho más social, se exigen mayores relaciones interpersonales y, por ello, el estado de obesidad limita mucho más las actividades propias de la edad, y –en definitiva– influye en el desarrollo psicomotor y en la conformación de la personalidad en la edad infanto-juvenil. Dichas limitaciones tienen una repercusión emocional importante en los niños, con presencia de sentimientos de minusvalía, de inferioridad e inseguridad, estados de tristeza, ansiedad y angustia. Lógicamente, estos estados emocionales, cuando persisten en el tiempo, se canalizan a través del acto de comer, haciendo aún más crónico el proceso (Fuillerat, 2005; Romero-Pérez et al., 2015). El comer, o más exactamente masticar, al suponer un gasto de energía, y al implicar una forma de desgarrar y triturar, se transforma en una vía para reducir la ansiedad, de forma rápida y pasajera, pero al alcance del paciente (Dias-Encinas y Enríquez-Sandoval, 2007). Si el comer como recurso anti-ansiedad se transforma en algo habitual, con el tiempo se engordará, incluso estableciendo en algunas personas un “círculo vicioso”, en donde la ansiedad se reduce comiendo y, por ende, engordando. Y dado que este aumento de peso constituye un “motivo de alarma” y preocupación, nuevamente aparece la ansiedad y, una vez más, se come como mecanismo compensador (Pompa, 2011). La insatisfacción corporal (INC) resulta otro de los factores psicológicos influyentes en la OI, ya que independientemente de que la obesidad resulte peligrosa para la salud física, el hecho de “sentirse obeso” puede afectar la manera en que una persona se siente consigo misma (Pallares y Baile, 2012). Los niños con obesidad pueden tener una pobre imagen de sí mismos, que se expresa en sentimientos de inferioridad y rechazo; por lo tanto, suelen presentar dificultades para hacer amigos (Chueca, Azcona y Oyarzábal, 2002). La discriminación por parte de los adultos o de los compañeros desencadena en ellos actitudes antisociales, que les conducen al aislamiento, depresión e inactividad, que frecuentemente producen aumento en la ingestión de alimentos, lo que a su vez agrava o, al menos, perpetúa la obesidad (Mestas, Gordillo, Arana y Salvador, 2012). Igualmente, el estilo de vida de los familiares en lo que respecta a la alimentación, el manejo del estrés y la AF, las actitudes y los patrones educativos, la relación afectiva que establecen con sus hijos, la calidad del funcionamiento familiar, el afrontamiento y la percepción de riesgo existente en torno a la OI, entre otros factores de índole familiar, tienen un elevado impacto no solo en la aparición, sino también en el mantenimiento y la cronicidad de la condición obesa de sus hijos (Fuillerat, 2005). Numerosos estudios señalan que la obesidad se asocia con problemas en el funcionamiento familiar, HA poco saludables, hábitos inadecuados asociados a la comida en el entorno familiar, falta de implicación familiar en el tratamiento de la obesidad del niño o adolescente, el abuso –como patrón familiar– de actividades de ocio sedentarias, no realizar ejercicio físico continuo, horarios irregulares en la alimentación y dificultades para ofrecer contención emocional y conductual a las personas en tratamiento. Incluso, se ha llegado a manejar el término de familia con identidad obesa (Gussinyé, 2005; Visser, 2012). Las actitudes potencialmente psicopatógenas son todas aquéllas que están en relación directa con el grado de funcionalidad familiar, no dependiendo solo de la aparente estabilidad o la estructura, sino también del tipo de relaciones, vínculos, pérdidas, estímulos, límites, normas y afectos de que está rodeado el sujeto, y cuál ha sido su historia personal, así como las expectativas y las representaciones que existían antes de su llegada al hogar. Por estas razones se puede, en cualquier familia, observar y enumerar varias actitudes potencialmente psicopatógenas y que, por supuesto, la nocividad de su presencia generalmente no es de dominio de la familia. Dentro de las más frecuentes se encuentran la sobreprotección, la rigidez o el autoritarismo, la permisividad, el rechazo, los conflictos alrededor de la crianza del niño, la inconsistencia, el perfeccionismo exacerbado, entre otras (García, 2013). De esta manera, los padres con un estilo indulgente/permisivo en la alimentación, permiten a sus hijos que elijan con total libertad lo que consumen y en la cantidad que deseen, lo que ha llevado a algunos autores a equiparar este tipo de alimentación con “negligencia nutricional” (Reyes, 2014). Otros padres operan democráticamente frente a la alimentación, permitiendo a sus hijos ejercer algún control en el proceso; de modo que aunque los padres suelen controlar la elección de los alimentos y su salubridad a través de las comidas que preparan y ofrecen, optan por permitirle a sus hijos elegir los alimentos que les gustaría comer y en qué cantidad (Piñeiro, 2015). Por tanto, motivaron a realizar esta investigación no solo los altos índices de prevalencia de la obesidad en la población infantil, la morbilidad asociada a esta patología o la repercusión que a nivel psicosocial implica cada vez más en edades más tempanas, sino también la necesidad de profundizar en la comprensión de los factores psicosociales que influyen en la génesis y el mantenimiento de la OI. De esta manera, el objetivo general de este estudio fue evaluar los factores psicológicos y familiares asociados a la condición de obesidad en un grupo de niños. Como objetivos específicos, se proponen los siguientes: identificar los HA, de AF y los factores psicológicos asociados a la OI (e.g., imagen corporal [IC], estado afectivo y autoestima) en el grupo de niños estudiados; así como evaluar las relaciones afectivas compensatorias y las actitudes potencialmente generadoras de alteraciones psicológicas en la familia. A partir de la identificación de los factores psicológicos y familiares que influyen en la OI, se pretende enriquecer la perspectiva psicosocial de este fenómeno, introduciendo otros términos más allá de los HA y de AF en los que se enfocan la mayoría de los tratamientos actuales.
Keytel García Rodríguez Centro de Investigaciones Médico-Quirúrgicas, La Habana, Cuba
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http://journals.iztacala.unam.mx/index.php/amta/article/view/503