Satisfacción en el adulto mayor y dolor crónico

RESUMEN

Estas diferencias son las protagonistas en la configuración de la experiencia dolorosa del adulto mayor y por este motivo el abordaje integral de los profesionales de salud en el paciente anciano, es más relevante que nunca.

Según los datos del Padrón Continuo (INE), a 1 de enero de 2017, en España había 8.764.204 personas mayores de 65 años, un 18,8% sobre el total de la población (46.572.132). Un porcentaje variable entre el 50 y 80% de este grupo poblacional sufren dolor. Haciendo referencia a la clasificación del dolor según su duración, es el dolor crónico el de mayor prevalencia en el adulto mayor y muy frecuente el articular. El 40% de las personas mayores de 60 años, padecen de artralgias. Las enfermedades que causan el dolor articular son generalmente crónicas, incapacitantes y difíciles de tratar, y son el motivo de consulta más frecuente en Atención Primaria.

A mediados de los años setenta, surge el término “calidad de vida” que la OMS define como “la percepción  que tiene el individuo de su situación en la vida, dentro del contexto cultural y de valores en que vive, y en relación con sus objetivos, expectativas e intereses”. Aparece como un concepto multidimensional que pretende valorar el efecto que la enfermedad tiene sobre el sujeto en su contexto individual, familiar y social. El estado objetivo de la salud, funcionalidad, interacción del anciano con su medio, más los aspectos subjetivos, engloban el sentido general de satisfacción del individuo y la percepción de su propia salud.

INTRODUCCIÓN

Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) define éste síntoma como  una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con una lesión hística real o potencial.  En la actualidad el concepto cultural de anciano  asociado con consideraciones como que el dolor agudo y crónico es una parte normal del envejecimiento, es un concepto equívoco. La prevalencia del dolor , el tratamiento insuficiente  y sus consecuencias representan una carga sustancial para el individuo, su familia y la sociedad.

El objetivo de este artículo hace referencia al dolor osteoarticular crónico somático en el anciano destacando el bienestar y el tratamiento no farmacológico como  alternativa, optimizando así el control del dolor a través de la percepción de cada paciente.

Este tipo de dolor no tiene por qué estar asociado a la enfermedad desencadenante y puede llegar a convertirse en una patología en sí misma, constituyendo un desafío terapéutico. El dolor somático se debe a lesiones en los tejidos corporales tales como piel, músculos, cápsulas articulares y huesos. Se caracteriza por estar bien localizado, pero variable en la descripción y la experiencia, por tanto existe una importante correlación entre la percepción del dolor y la intensidad del estímulo desencadenante.

El enfoque del dolor osteoarticular en el adulto mayor ha sido objetivo de nuestra reflexión en este artículo. La población que padece dolor crónico causado por enfermedades como osteoporosis, artritis, osteoartrosis, polimialgia reumática, etc.,  susceptibles de modificar el apego por la vida, es la población seleccionada. Nos dirigimos al porcentaje importante de adultos mayores que conviven con el dolor que ocasiona limitaciones funcionales, psíquicas y de gran repercusión social con periodos más intensos que otros.

TRATAMIENTOS EN EL DOLOR OSTEOARTICULAR

  • Tratamiento Farmacológico

Factores que influyen en la respuesta  farmacológica: la dificultad del manejo del dolor en el anciano radica en la presencia de múltiples comorbilidades, polifarmacia y mayor riesgo de efectos secundarios e interacciones. Existen varios cambios estructurales que se presentan en el organismo. Con el envejecimiento se modifica el comportamiento farmacocinético de las sustancias farmacológicas. El resultado final de esas alteraciones es que los fármacos tenderán a absorberse a menor velocidad en el anciano. Sin embargo, la cantidad absorbida parece no modificarse demasiado. La consecuencia de un volumen de distribución disminuido es un aumento en las concentraciones sanguíneas del fármaco, pudiendo ocasionar toxicidad junto con un enlentecimiento en el metabolismo y excreción del fármaco.

La elección de la medicación debe estar  acorde a la severidad del dolor y a la iatrogenia. La Escalera Analgésica de la OMS recomienda ascender en esta en la medida que los escalones inferiores no funcionen, con una titulación progresiva de las dosis. Por otro lado se recomienda el siguiente enfoque de acuerdo al nivel de dolor:

  • Analgésicos no opioides: los fármacos más utilizados para tratar el dolor son los analgésicos y los antiinflamatorios. Indicados para el dolor crónico de intensidad leve-moderada. Su eficacia predomina en el dolor nociceptivo con o sin componente inflamatorio, preferentemente somático y no tienen techo terapéutico, ni desarrollan dependencia. Este grupo de fármacos se clasifican:
    • Analgésicos no opioides – no antiinflamatorios: paracetamol o acetoaminofeno del grupo de paraminofenoles y el metamizol o dipirona de la familia de las pirazolonas. Ambos son analgésicos de acción preferentemente central, aunque con mecanismo desconocido.
    • AINEs no selectivos de la COX: fenilbutazona, salicilatos (AAS, acetilsalicilato de lisina), propiónicos (ibuprofeno, dexibuprofeno, ketoprofeno, dexketoprofeno, naproxeno, flurbiprofeno), acéticos (aceclofenaco, diclofenaco, indometacina, ketorolaco), oxicams ( lornoxicam, meloxicam, piroxicam y tenoxicam), mefenámico y nabumetona. El AAS a dosis bajas sólo inhibe la COX-1 y la nabumetona y meloxicam prefieren la COX-2.
    • AINEs selectivos de la COX-2: los COXIB son un grupo más reciente y menos numerosos (celecoxib, etoricoxib y aprecoxib parentral).

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