Subjetividad, determinación y apertura. La psicoterapia bajo la tradición del cuidado de sí

Resumen:

Partiendo de los problemas epistémicos que la psicoterapia plantea en la actualidad, se pretende conceptualizarla como una práctica de subjetivación perteneciente a la tradición del cuidado de sí. Práctica que no termina de agotarse en los determinantes y sujeciones en las que se ve inmersa sino que, a partir de esos elementos instituidos, es el lugar idóneo de liberación de dimensiones de sentido no atendidas previamente. Dicha posibilidad surge del propio movimiento de la subjetividad, que es aquello que buscamos facilitar, y de un campo del aparecer que exige pensarse bajo otros criterios. Con este fin se repasan algunas contribuciones fenomenológicas adecuadas al tema y se señalan sus posibles implicaciones en el problema de la psicoterapia y el régimen de verdad en el que se mueve

Problemática epistémica de la psicoterapia

Se relata en la Ilíada que el joven Patroclo, mientras luchaban aqueos y troyanos, tuvo el gesto de permanecer sentado en la tienda de Eurípilo distrayéndolo con la charla, mientras en la herida espolvoreaba medicinas para remediar los dolores (1). Algo parecido hizo Néstor con Macaón en el mismo combate. Una manera deliberada de utilizar la palabra para contentar el ánimo mediante un decir sugestivo o placentero (thelkterios, terpnós logos), y ya no por una virtud mágica de la misma como es el propósito de ensalmos (epodé) o plegarias (eukhé). Pero todas ellas esbozos y registros arcaicos de un uso curativo de la palabra (2). Este uso con fines terapéuticos se desliza desde el epos homérico y a través de la sofística hasta Platón, racionalizándose y tecnificándose. Platón amplía la caracterización de la palabra vigorosa y persuasiva como clave del buen éxito en la ciudad y de las relaciones interhumanas hacia su papel corrector de la disarmonía del alma, capaz de ordenar los elementos de la vida psíquica. La Poética de Aristóteles distingue la palabra persuasiva de la palabra catártica, refiriéndose a esta última como aquella que puede producir una auténtica purgación de las pasiones (3). Y los estoicos, con su doctrina de las pasiones como enfermedades del alma, dejarán su curación en manos de la filosofía (4). La medicina hipocrática y el corporalismo naturalista galénico no se apropiaron de ese prometedor uso de la palabra, no hubo lugar para una elaboración médica de la teoría estoica de las pasiones (5). La necesidad social de distanciarse de las prácticas creenciales impidió durante siglos a los médicos enfrentarse con ellas de modo positivo, y la estrecha concepción somática de la enfermedad contribuyó a desatender los argumentos de Platón o Aristóteles, representantes de la alta estimación griega por la palabra. La valoración negativa de las pasiones y el criterio favorable a la parte lógica y racional del alma se mantuvo en la mayoría de las formulaciones éticas medievales y renacentistas, así como en los supuestos básicos de la ascética cristiana y de muchas doctrinas místicas. Ni las figuras de Paracelso y las funciones que atribuyó a la imaginación ni la concepción cartesiana del ser humano que vino de la mano de Boerhaave sacaron a los tratamientos psíquicos de su reducida y periférica esfera del mero adquirir la confianza del enfermo o del control de los deseos desordenados, sin llegar a configurarse una fundamentación psicoterapéutica como tal. Con los nuevos planteamientos de la Ilustración y la liberación de las cadenas de Pinel, llegamos a la cristalización del tratamiento moral en la Francia revolucionaria del siglo XVIII, que aportó poco desde el punto de vista teórico a la conformación de un corpus psicoterapéutico, pero puso de manifiesto un hecho fundamental: la medicalización de las pasiones. La filosofía y medicina entran en este punto en una relación de copertenencia con el nacimiento de la psiquiatría. Pero no sería hasta Freud, quien, influenciado por corrientes prepsicoterapéuticas como el hipnotismo y embebido en la patogenia psíquica de los experimentos de Charcot (6), reconoce desde un punto de vista médico la acción catártica del diálogo y consagra después un acceso metódico para la resignificación de fenómenos inconscientes mediante el trabajo con la articulación interna de la subjetividad. La psicoterapia, ya propiamente dicha, se revela retrospectivamente a partir de su tematización como terapia con Freud. No es casualidad que este fuera un positivista de lo irracional, al menos en buena parte de su obra. La medicalización de las pasiones, esencial para el nacimiento de la psiquiatría, supuso además el proyecto de disponibilidad técnico-teórica de sus desarreglos, ya fuera mediante medidas físicas o “psíquicas” como el hipnotismo o el psicoanálisis. Un poco más tarde, bajo la influencia de la psicofisiología y la psicología experimental nacía la otra gran vertiente psicoterapéutica. John B. Watson no conocería hasta el segundo decenio del siglo XX las investigaciones de Pavlov, del cual se sirvió, sin asimilar de forma rigurosa todas sus contribuciones neurofisiológicas, para fundamentar las bases del conductismo (7). El componente ideológico de su planteamiento fue la aplicación radical del programa de convertir la psicología en una disciplina positiva equiparable a las ciencias de la naturaleza, liberándola de la tradición filosófica. Psicoanálisis y conductismo tendrán perspectivas muy particulares acerca de qué cosa es la enfermedad y los caminos precisos para su alivio. También sobre qué cosa es la subjetividad, aunque no lo tematicen de una manera explícita.

Julián Gómez Peñalver a, Carlos Rejón Altable b

a) Psiquiatra. Centro de Salud Mental Chamartín, Madrid, España

b) Hospital de día. Hospital Universitario de La Princesa. Universidad Autónoma de Madrid. Madrid, España.

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