Uso racional de Antibióticos

A partir de 1928, cuando Fleming descubrió la penicilina, comenzó la llamada época de los antibióticos. Desde ese momento, se produjo un incremento de forma exponencial en la creación de nuevas clases de estos agentes. La introducción de estos antibióticos generó una reducción significativa en la morbimortalidad debida a enfermedades infecciosas y prolongó la esperanza de vida de la población.

Sin embargo, estos progresos quedaron amenazados a causa de la aparición y difusión internacional de bacterias resistentes, lo cual se ha convertido en un problema global de salud pública.

Según los criterios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de los expertos en el tema, los factores que han contribuido de forma importante al desarrollo de la resistencia microbiana son: La prescripción de antibióticos por personas no calificadas para recetar, la prescripción indiscriminada o excesiva por profesionales calificados para recetar, la utilización exagerada o errónea de antibióticos en los hospitales, la automedicación y percepción errónea por parte de pacientes mal informados, el incumplimiento por los pacientes de los regímenes o las dosis recetadas, la propaganda y promoción inadecuadas o engañosas, la venta de antibióticos en forma no autorizada y la falta de legislación que regule el uso de los antibióticos y obligue a cumplir las normas vigentes respectivas.

Por lo anterior, OMS ha insistido en que los países desarrollen estrategias nacionales para mejorar el uso de antibióticos y contener la resistencia bacteriana, tanto en el sector médico como en el veterinario.

La racionalización del uso de antibióticos tiene como objetivo obtener el mayor beneficio para el enfermo, limitar el desarrollo de microorganismos resistentes y minimizar los gastos económicos derivados del tratamiento.

El éxito del tratamiento de una infección depende directamente de la agudeza del clínico al sospechar una enfermedad infecciosa, el correcto diagnóstico microbiológico y la indicación de los antimicrobianos adecuados. Un análisis cuidadoso de estos tres factores permite una terapia óptima, utilizando la droga específica, evitando el mal uso y el abuso de estas valiosas armas terapéuticas.

En muchas situaciones el médico tendrá que iniciar una terapia empírica, con un diagnóstico presuntivo en base a los hallazgos clínicos existentes y a otros factores que debemos considerar cuidadosamente.

Estas son algunas preguntas que debe hacerse el clínico cuando sospecha una infección:

¿Existe en realidad una Infección?

Aunque esta pregunta parezca banal, siempre debe tenerse en mente la posible dificultad de realizar el diagnóstico diferencial entre una enfermedad infecciosa y otra que no lo es, pero que se presenten con manifestaciones clínicas similares. Un clásico ejemplo de esto es la presencia de fiebre, que aunque es una manifestación típica de infección, también puede ser la primera manifestación clínica de un linfoma, de una enfermedad de tejido conectivo, de enfermedades inflamatorias intestinales, embolismo pulmonar, reacciones de hipersensibilidad, entre otras. Por otra parte, una erupción de la piel puede estar presente en una infección bacteriana, en una enfermedad viral o en una reacción alérgica.

Si la infección está presente, ¿es ésta tratable con antibióticos?

El hecho de estar presente un proceso infeccioso, no necesariamente implica que sea susceptible de ser tratada con antibióticos. Por ejemplo, los procesos virales no son susceptibles a los antimicrobianos disponibles hasta ahora. Existen algunas drogas para uso en algunas enfermedades virales, tales como varicela-zoster (culebrilla), herpes simple, SIDA, hepatitis B. Sin embargo, estas drogas no son efectivas para eliminar los virus para los cuales se indican, sino para aliviar los síntomas de la enfermedad. Muchas drogas se encuentran aún bajo investigación. Por otra parte, muchas enfermedades por virus curan espontáneamente.

Algunas veces estas situaciones son difíciles de distinguir, confundiéndose las enfermedades de origen bacteriano con las de origen viral. Como ejemplo tenemos la faringitis aguda bacteriana, la cual es muy parecida a la producida por el virus de la mononucleosis.

Si los antibióticos se usan en todo lo que se sospeche sea de origen infeccioso, en vez de obtener un resultado beneficioso se obtendrá más bien el efecto adverso a la terapia: toxicidad, alergia, superinfección, resistencia bacteriana, modificación de la flora normal y a veces modificar el curso evolutivo de la enfermedad.

Si la infección es tratable, ¿cuál es el agente causal más probable?

Nuevamente se requiere recordar la revisión cuidadosa de las manifestaciones clínicas, epidemiología, estadísticas bacteriológicas, coloraciones y otros parámetros. Cuando analizamos la hematología, la fórmula leucocitaria (proporción entre las diferentes series de glóbulos blancos) orienta hacia un proceso viral en caso de observarse predominio de mononucleares (linfocitos y monocitos) y afecciones bacterianas si hay predominancia de neutrófilos. Esta prueba también es de gran valor en muestras de exudado faríngeo, heces y LCR, entre otras.

¿Cuál sería la terapia apropiada en las diferentes situaciones analizadas?

Para ello debemos considerar la interacción de diferentes factores, tales como los mecanismos de defensa del organismo y los mecanismos de acción de los antibióticos a utilizar.

No deben usarse estas drogas al azar, ni deben usarse en la prevención de enfermedades no prevenibles con antibióticos; no deben indicarse cuando no hay seguridad de un proceso infeccioso. El abuso y el mal uso de un antibiótico interfieren con el objetivo de una droga antimicrobiana, el cual es la curación de la infección; al contrario, podríamos crear otra entidad que perjudicaría al paciente como es la superinfección, así como fomentar la aparición de resistencia bacteriana. 

Dra. María Eugenia Landaeta

Jefe de Servicio Hospital Universitario de Caracas (Infectología Adultos)

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https://infectologiahoy.com.ve/2021/06/23/uso-racional-de-antibioticos/